martes, 18 de enero de 2011

El regreso de los caracoles (2004)

 Cosas que ya no poseen significado para la señorita Consuelo. Pronto oscurecerá, la única facción del día en los cabellos tristes y desbarrancados sobre ambos hombros. Todo es observado con una cautela enternecedora. La luz se vuelve en sí. Una anciana de muchísimas pérdidas le hace el amor a la niña (ella niña) que habita en su último crepúsculo. Sabe que va  a morir. De hecho, espera morir tendida en el jardín de árboles frutados y bajo un cielo leve.                                                                                                                       Algunas hormigas asesinan a la cigarra y  regresan al invierno interino.

    El impacto de unos ojos bellos, abiertos al día y a las espigas que moldea el viento. Ojos nacidos como lo tierno de una caricia o quizás en las lágrimas solo explorables en la vigilia. Ya no hay tantas espigas, ni campo virgen, ni viento. Solo tiempo y espejos paralelos en los que se refleja, ambas Consuelo se reflejan. Regresa en los ojos que la cuidan. El amor en sus ojos, los que cuidan de su vida. Y allí lo frágil del universo, incluyendo las constelaciones.


     Echaba de menos la manera de reír que poseía su padre. Cuando navidad todos se regocijaban de la riza sin importar cuanto le dolieran los riñones. Algunas navidades después se darían a entender que su padre, el mismo de anchas muecas, era alcohólico, que estaba triste, que necesitaba el calor del hueco del pecho que un  romance sostuvo en su juventud. Se embriagaba pero aun así estaba triste, muy triste. Y eso tiempo después valdrá la muerte de su ahora enterada madre, en un año nuevo. Así que decidirán ir hasta el campo a juntar girasoles. Aunque luego les ardan las ronchas en las manos. Decorarán a su madre con el mismo esmero en  que la olvidarán. Y su padre seguirá bebiendo ahora por doble dolor y ausencia en todas las reuniones familiares, continuará riendo y haciendo reír a sus allegados.

    Por poco que resulte no se distrae en imaginar el fin del día. Los rostros de las personas hoy parecen menos alegres. Por penoso que resulte, no se distrae en poner almohadillas en sus corazones, algo que amortigüe tanto de eso que duele y duele. Es que la señorita Consuelo desea con la mayor de las añoranzas poner en orden la vida de los caracoles. Su lánguida caravana  deja estelas de cristales que solo las amebas pueden pulir.
     Ama a los caracoles, su labia bajo una luna llena y húmeda, con silencio apaciguante, los caracoles siempre viven de viaje. Un lento éxodo que consuela todos los rumbos.
     Nadie puede atestiguar el indiscutible descanso, los caracoles se avecinan a la palma, son los únicos testigos en esos momentos entumecidos en que Consuelo extiende cada uno de sus minúsculos dedillos para rozar apenas alguna de sus antenas. Mar de espuma blanca. Auto defensa enclaustrada en sus residenciecitas. Los caracoles se guarecen dentro de si mismos y expelen la nívea esperanza de salir con vida. Todo el acto se contrae. Distante de lo sugerente de la tarde, Consuelo niña ahora y tan lejana de la futura anciana que aguardará de momentos a otros la misma muerte de siempre observa la espuma de los caracoles. Su esencia.              ¿Cuándo regresarían a su reino…?

    La espuma caracolada: Un hombre camina en ese silencio de nieve. No tiene palabras, pero sus labios partidos de frío, disfrutan del prostituirse al mutismo. Intenta recordar el pábulo por el cual se haya bajo tales acontecimientos. No representa su imagen. Ni su idioma. Ni su folclore.
Una confiera le habla. Le susurra el nombre que desconoce. El árbol es un pino y el hombre un pupilo. La confiera es un abeto y la navidad en que la olvidaron fue la preliminar  a la navidad pasada. El árbol sabe su nombre.     El hombre solía descoyuntarse en las navidades. El abeto le corta la respiración ahora al valle cano. El árbol ahora es un hacha. Un verdadero hacha en esa garganta albina que es el valle. La confiera sin vacilar mutila al hombre sin palabras. Serpentinas rojas y bordó y mas oscuras también, bañan sus ramas. Ahora lo descuartiza y cuelga sus botines de ciervo del nudo en cualquier sitio. Su vista vidriosa ahora son dos sutiles adornos que no dicen nada en la punta del abeto. Unos niños se oyen a lo lejos. Villancicos juveniles. Los niños rodean al pino y cantan y juegan a la ronda redonda. Cada uno con su par de guantes coloridos. El bosque aguarda.

el corazón se le volvió una flor suave; por eso tantas mariposas le dijo con voz grave el forense

    Se recuesta sobre el pasto, tan pronta al olvido,  que en otros momentos ponía de rosadas comisuras los muslos vírgenes y desdoblados a las orillas de una falda arremangada. Se dormía con tristes gestos y muda osamenta. Aun la tarde. Una bandada de seres alados empuja el sol hacia el crepúsculo, gritando todos ellos, llenando todos ellos la ciudad de plumas y excremento o quién sabe qué. La tarde como hurtada de un embrión dulce, ahora sonríe.

    El correr de los años ya se atestiguan por si solos. Todos los silencios del bosque rogaban su muerte. Sin odio Consuelo es  sancionaba  con mutismo gozoso. Era momento y lugar para considerar como se fragmenta el aliento. Las florestas amparan asonancias que no articulan solo antes de un fatídico olvido. Por sus manos ya no se distinguían más que ritmos de lugares donde ya la fragancia de los frutos hurtaba las estaciones. Desde el inicio de lo alto de la elevación no espera más que su misa. Con escasa diferencia de crear adulaciones a semejante prominencia de fatídica ornamenta, respira hondamente. Huele a la flor de  cala.


    Lejos los árboles. Lejos los bosques. Papá lejos y risueño. La familia continuamente tan con carácter de cuna. Todo en su sitio. Lejos. Y allí las gotas dejando una estampa de su vestido sobre la piel negada a marchitarse. Bastó el tallo sobre sus palmas para que el cielo ya negrusco de tarde y nubes le obsequiara más que rocío. Tomó la flor de Cala entre sus manos y la lluvia se concibió. Tomó la flor y su  beso se extinguió  en la  corola.


    Los caracoles retornan. Retornan y la cubren. Lentamente la poseen. La envuelven.  Sus fosas (las de Consuelo) nasales muestran signos de dilatación. Elixires des-apresurados. Los caracoles la poseen. La transitan lentamente. Emprenden una carnicería lidiante e  indestructible. Sus hileras de centelleo y lagrimosos pasos la habitan. Con perspicacia increíble dentro de su expedición engullen la flor de Cala, derraman sus sistemáticas fauces sobre el vestido. Ella tendida y desnuda se entrega a un sueño vago y vegetal. Los caracoles se introducen por sus fosas nasales. Se internan en la boca y oídos. Los caracoles, Teófilos  celadores trabajan al fin de la tarde. Incursionan sus orificios. Devoran los ojos que Consuelo desde infanta confesaba a lo acolchonado de la vía láctea. Los caracoles en silenciosa gestión. Ya es de noche los caracoles cenan. Uno; diez; cientos de ellos se aglomeran y poco dejan.    

lunes, 17 de enero de 2011

SUS OJOS NEGROS DE ALMA SE CERRARON (cap. 5º)


Bueno esquivando las cosas no se llega aquí. Supongamos un día de semana, supongamos por decir un martes, un martes soleado. Eso supongamos, un mediodía Martes caluroso, con humedad. Puedo decir que nos situamos hace quince años pero cuatro antes porque la conocí durante cuatro años. Hasta un día de calor. Erasmo decía que la locura es el amor y el amor es popular y lo que es de todos no es de nadie al fin. Yo pienso que se podría ir a la reconcha de su vida.
Sala de primeros auxilios Juana de América. Olor a yodo supongo con otros aromas dignos de olvidar, aserrín con kerosene, ruidoso silencio. Se me va el espíritu en seco. No importa las razones, la cuestión es que el papel se arruga con la humedad y está lleno de reflejos de camillas metálicas que sacaron a ventilar. No importa. Es como si caminara descalzo. Surco los pasillitos como un PacMan drogado, sin limites, esquivando las cosas no se llega aquí. Por ahí yo todo nervioso, miro el piso del pasillo, es que me había detenido, un poco mas allá la puertita inviolable hasta que salga el responsable de dar el parte. No puedo esperar, las manos chorrean.
Llega el parte medico, ni lo leo.
La miro a la enfermera, me habla pero mi cerebro está en mute. Me muestra una planilla con la autorización para donar no sé qué.
No lo sé, ni me esmero en saber, no se quién. Por fin lo digo: por mi si querés tirale todo a los perros, pero lo púrpura del corazón envolvemelo en papel de diario si podés y traemelo. Todo me resulta confuso. Claro que lloro bastante, es algo genial como cuando cogíamos. Yo no explico. Solo agoto los recursos, digo, me digo te digo: pasó un angelito sabes amor, y lo maté para traértelo en esta caja mas bien pequeña. Por más que lo tomes de las alas ya no respira. Podría su cara ser horrible pero es hermosa, esta muerta. Deseo que mi cabello crezca desprolijo, que me vende los ojos. Que se vuelva grasiento. Tengo un racimo de razones por las cuales enfermar y morir. Razones que no son pretexto, ya muy poco interesa, los párpados duelen: no puedo seguir llorando.

SUS OJOS NEGROS DE ALMA SE CERRARON (cap. 4º)

Si no es esto que no sea nada. Me detuve a pensar el porqué de tan extrema frase. Pero en fin no lo comprendí y al rato tampoco recordaba el haberla pronunciado.
Me dolía el estómago, no era el hambre ni el hígado, canalla resultó el disgusto, al rato se me pasó. Pero esto tampoco me releva a nada. Paso a paso conseguí conocerla. Sus formas humanas y sus desdichadamente formas aun más humanas. Descubrí sus más chabacanas estrategias dentro del baño. Mi negrita hermosa pasaba horas boludeando con el bidet. Se sentaba lo mas chota a leer algún magazín que ni corresponde nombrar (revista Gente) y posaba la cachorla apuntando enterita a la duchita saltarina del bidé. El chorro ardiente la alejaba de un mundo futuramente asexual, menopausico, enlutado en todos sus contrastes. Pero el hecho es que la pasaba muy ella-feliz. Ella muy oronda con sus secretos postizos. Era una reina en todo su esplendor, pero sus valores mas extremos se podían anunciar solamente en la semioscuridad de una  noche veraniega, con las cortinas corridas y vista enmarcada en el balconcito transpiroso, adoraba mirar el silencio de la noctámbula ciudad. De verdad que se veía eternamente con la espalda mirando hacia el cuarto y el culito bien levantado, como si ella detuviera el mundo en puntas de pies, descalza, morocha de seda y barniz claro. Adorable, seguro que pensaría en colores riquísimos en calidez. Seguro que habitaban en su sangre algún genoma de antepasados esclavos. La temperatura me regocijaba enteramente. Yo en un silloncito destinado generalmente a aguantar el peso de las revistas semanales, ahora se virtuaba para que yo me arremangue la camisa y tome un rico aperitivo de hiervas del Cuyo (un terma), mientras y en silencio, la mas regalona de las escenas se aglomeraba adelante. Cuantas cosas que me terminan de adormecer, me hacen entrar en un ritmo cardiaco lento. Misterios.

SUS OJOS NEGROS DE ALMA SE CERRARON (cap. 3º)


Día lunes, un camino a seguir, pensar en el mismo colectivo, la misma rutina, el mismo escenario que me llevó a conocerla. Los ojos cansados, ahora es primavera en la calle, ya me imagino todo el día y me niego a bajar de la cama. A un costado tanteo la radio. Al otro sé que está moviéndose el mundo. Ahí yo tirado en la cama, sin ganas de moverme mucho. La pija dolorosamente parada. Con muchas muchísimas ganas de mear. Estoy poseído, ni me atrevo a ir al baño, siempre va a suceder lo mismo: el pito a punto de estallar y uno hace fuerza, hasta corta la respiración por momentos y en un rato, así, como si fuera un ritual: Sale el primer chorrito. Pequeñísimo. Doloroso. El ruidito aun más agudo. Y las ganas de que se duerma una siestita. Por fin termina la tarea y lo mando a guardar así nomás, sin sacudirlo, mojándome el slip, despegándome por fin del sueño.
Nada puede calmarme. No pienso más que en cuando ella sonríe. Podríamos juntarnos a mirar como oscurece atrás de las fábricas. Muy  lindo. Pero todavía no tengo ganas de regresar a mi rutina de pensar las cosas que uno llega a hacer. Ahora voy rumbo a mi rutina de saberme siempre tan yo y nada me sale bien del todo. Es un poco estúpido esconder la cabeza y tomar un taxi, pero lo hago. Ya arriba pienso en el aroma de su pelo, justo a la altura de las axilas. El desodorante se le mezcla con el olor de la crema de enjuague y la aroma terapia comienza. Sí. Esas fragancias. ¿Dónde nacieron esas fragancias? ¿Qué plantas de que país en que época del año fueron recolectadas? Cuánto misterio en las manos que desempeñaron el trabajo mismo  de llevarlas en canastotes seguramente con mucho aroma a esas flores que lleva en la cabeza. Los canastos directo a un galpón que las llevará en el primer camión de la mañana siguiente hasta la ciudad para ser tratadas por la raza más mediocre de todos lo profesionales: los ingenieros químicos.
Todo transcurre en un zigzagueo mental el cual me lleva a pensar en ella. Sus facciones distinguidísimas, suaves, su voz; me encanta dejarla hablar. En cada una de sus palabras crecen nidos de gorriones, de tijeretas, de chingolitos y todos los pájaros que abundan a diario. Su trino vulgar. Su falta de pronunciamiento. Su pésimo dialecto le sienta como la ropa a estrenar. Ella habla de cómo se debe sentir una verdadera mujer. Posee cada una de sus vulgaridades como si fueran fruto del esfuerzo de los dioses. Pero es extraño que ese paisaje que mutila la mediocridad de las cosas sea distorsionado siquiera avergonzado por sus palabras medias marchitas, aprendidas de memoria, las mismas palabras que porta su indomable boca. Fruto de la raza obrera que creyó en los compañeros proletarios. Ella zafó de eso y muchas cosas más. Su boca enmarcada en la seda color café con leche, morena, esbelta, malcomida. Modelo de lo profano y hermoso. Busco en un bolsillo, en el izquierdo, busco un papelito en el cual había guardado el número de un deliveri. Pero casi ni me importo por un rato y en un rato después no me importaba mas.
La carnecita, se me vino a la memoria la carnecita que le rodea el ombligo, siempre mirándome. Toda frase bonita va acompañada de una sonrisa y esa sonrisa siempre terminaba en una cogida. No había caso. Ni parte del cuerpo. Por ahí me la pasaba observándola. Horas enteras, va no tanto, pero un rato largo: el arte de pintarse las uñas. Decorarlas. Recobrarles el brillo. Hasta eso me enamoraba genitalmente. Cariño único, espión, fisgonero frágil, la agilidad de penetrar en su mundito que no valía un carajo pero menos me valía el que me entregaban por debajo de la puerta los domingos y días feriados. No hay por donde explicar lo que sigue. No importa tampoco en demasía. Cada beso que registraba me llenaba de gracia. La alegría de los ancianos en las misas. La alegría de casi todos los niños Down. La alegría de quien gana con poco esfuerzo, y la del popular, la de la música popular, la de Latinoamérica, la gran alegría norteamericana, y la de América entera, y en esa alegría americana encerrada: la alegría de Colón y todos los tripulantes de las carabelas en las  que seguro mas de uno se manoseó con el otro; la alegría de la reina que donó las carabelas, la del creador de las carabelas y todos los grandes inventores de todas las eras y nacionalidades, la alegría del mundo, y la de su Creador. El gran Señor perdonándonos los pecados con tierna alegría... todas las alegrías juntas y aparte Mi Alegría. 
No sé muy bien, tampoco abundar porque sí, pero sus ojos, sus ojos la gran siete. La única forma que se me citan es en algún tango. Me hubiera gustado que Mi Alegría de tan pechitos firmes, se hubiera cruzado con Borges; pero enseguida rechazo toda literatura de Borges. Primero porque como todas las personas, soy de la gran mayoría que habla de Borges pero no leyó Borges, mucho menos comprendió que mierda quería llegar a demostrar el tipo. Pero antes de irme muy lejos de la estúpida idea iba a comentar de que Borges finalmente  no me pareció un buen ejemplo para expresar sus ojos por dos motivos: nunca los hubiera visto como los veo cuando están casi lagrimosos de tanto zarandeo arriba mío y porque Borges habrá escrito mucho sobre un montón de mozuelos que se curtían la cara a faconasos bajo una luz triste, pero la verdad que le faltó calle para poder vivirlos. Así que, no sé quién podría describir, sin dejar derramado algún pellizco de encanto, los ojos con los que me concebían todos los más útiles encantos.

SUS OJOS NEGROS DE ALMA SE CERRARON (cap. 2º)

Miro, miro, miro, no pasa nada, así puede comenzar cualquier día de rutina. El colectivo, antes, digo: abordo el colectivo muerto de frío, con gustito a cobra sobre la lengua y toda la boca. Se me amolda lo rancio a la bufanda. Tomo, abordo, me sujeto de los pasamanos. Ticket boleto de colectivo. Ahí estás. Miro, miro, en realidad no miro a nada pero es como si lo hiciera. Afuera la helada, el sol encandiloso, un escándalo en una esquina, negocios achanchados. Cortinas de hierro cerradas. Adentro del habitáculo rodante, bondi pajero, de poca amortiguación, los riñones ni hablar, des-pe-góó, otro pedito se escapa y se va a jugar a las escondidas con el aroma agrio de las demás bocas roncas, con el olor a estornudo. Partículas cancerígenas. Extremas. Ínfimas partículas de enfermedades. Y ahí en la lucha de lo que se logra ver por efecto del sol, partículas macanudas de anticuerpos y montón de cosas que declinan sutilmente en nada. Nada que ver. Gente con extraordinario gusto para ser deprimentes. Todos muy mal vestidos, habría que vestirlos mas corrientemente o matarlos. No sé. Lo mismo. Miro, miro. Ahí. Ahí esta la parte que se hacia rogar. Todo normal. Un circo de poco que ver. Pero no. Se me llena la boca de saliva salada, como cuando uno esta por vomitar. La cara me quema. El hielo seco sobre la frente y pómulos. Me quemo de frío creo. Transpiran gotas heladas. Jadeo. Hormigueo en las piernas dormidas. Ahí está. No hay caso, la excepción. Desesperadamente me ruborizo hasta el escroto. Se estira como de fiebre. Siento los huevos pegoteados. Por favor que no se me note el bulto. Pero es mas que eso, la pija roja y el corazón eufórico. Me tiembla un párpado, incomodísimo. Ahí esta. Es ahora cuando lealmente disfruto de la vista. Todo entero en goce. Ni pienso en la vieja Persia, en esas infusiones con olor a frutas o clavitos de olor. No simulo pensar en diosas griegas o en nada. Me encarno con los ojos enteros. Ya ni disimulo. Está ahí, parada. Copadísima. Agradezco el dolor de riñones. Sonrío a la falta de buenos elásticos y al descuido del chofer. Ahora la veo. Sí. Que puedo decir, me concentro. Sus redondeces matinales. Sus jeans que imitan muy pobremente a los Kosiuko. Pero que bien, el culito duro. Regorgojante de futuros chasquidos, de lenguas casi felinas raspándole lo musgoso del alma. Las piernas infinitas. Con las piernas adentro de un talle mas chico. Ajustadísimo. Los pantaloncitos Kusiucom le quedan bonitos. Sí que la miro, cómo que no, así es la forma en que puedo seguir diciendo lo de los baches y las gomitas saltarinas en cada bocacalle. Listas para ser mordidas en la puntita, supongo, por un ángel o algún engendro de poca maldad. Esta ahí, pero se me termina el trayecto y re embobado resulta. No puedo ni disimular. Ya me fastidio. Me enojo con todo el ambiente. Celo. Siento celos hasta de la vieja conchuda que sé, que se bajará paradas mas adelante que yo. Mas tiempo para delirarla. Mas tiempo de ese aroma de jardines públicos. La miro. Hermosisimamente burda. El pelo mojado. El pelo cual si hubiese dormido en una pileta, así, todo aplastado contra los hombros, la frente eterna. Firme su boca, apenas deja entrever un chiclecito. Como una estatuilla media cagada a palos. Única. Ella. Voy o no voy a donde iba. No sé que hacer. La parada se acerca y yo re al palo. No me atrevo a pensar. Sí. No mejor no. Quedo idiota. No actuo.actuo-mejor no-la conchisima puta madre que hago- voy-dale que vas-dale – acércome- no –dale cagón. Pero cómo. Esta buenísima. Ahora voy mejorando, estoy mas cerca. Es mas real su sutileza. Le noto tanto corrido el delineado de los ojos. Le veo un poco la piel grasosa. Lindísima. Amago como trescientas veces. Sí. Eso y todo eso. Reinaban musas en cada dial de radio que se oía desde adelante. El clima perfecto. Eso y un par de cosas. Así mas o menos la conocí. Aparte de eso, antes de invitarla a por ahí. La apoyé un poco en la colita de marca trucha y dura osamenta. Después me fui a lo de no sé quien a fanfarronear de lo que había conseguido. Toda la mañana hasta el mediodía que me comenzó el verdadero hambre. Me despedí como si al rato fuese a pasar por ese lugar. Así de costado. Después vengo. La credibilidad al margen. Llegué a un restaurante y pedí una ensalada mixta. Mientras que la aguardaba me fui hasta el baño y me masturbe. La cuestión que terminé a puñetes limpios que desencadenaron un chorro tras otro en cada latido de la cabeza. Cada lechazo prolijamente salpica las paredes y el vidrio del costado. Después como la ensaladita. Engullo cada tomate y pienso en ella. Días después la llamaría y cogeríamos por primera vez juntos.

SUS OJOS NEGROS DE ALMA SE CERRARON (cap. 1º)



Cuando propongo coger te digo cojamos y de esa manera cogemos. Ya no podemos desvirtuar mas la palabra amor buscando una forma estéril de conjugar un par de besos. Eso no esta nada mal co-ge-mos. No te limito, no-te agredo, simplemente es pasarla un poco bien de a ratos. Calculo que si existiera un parque de diversiones para adultos y no existiesen tantos prejuicios nos la pasaríamos encamados. Pero no, no es solo dárselas de gran pija, no es broma, puedo bañarme hasta dos veces al día y no me convierto en una bañera. Lo mismo cuando hablamos de sexo. Claro esta. Cuando tenemos ganas de mimarnos nos mimamos y cuando pinta algo mas producido cogemos. Ahora hablo yo y vos te callas, abrís los ojos, bien abiertos los dejas mientras que no sacas la vista de encima. Ojos negros. Negros cual si fueran una canica, o  dos, rebotando en la noche. Toda la habitación se ojea, se levanta de ancadas cada vez que abrís los ojos: terminamos ojeadísimos. Sigo, sigue mi monologo y no es ofensivo. Cada cual hace lo que puede con lo que le toca. Arriba de la mesa descansa el cenicero y  al costado veo como que se compactan tus tetas. Tetas bonitas, tetas rurales, suburbanas, con aliento a free shop, tetitas sensuales, paraditas, ricas tetas a la mañana con aliento de ayuno te toco los pezonzazos negros, te lameteo bien, esta bueno. Pero ahora están encerradas en un escote desprolijo, pero están buenas igual. Yo te hablo y pongo tinte serio a la charla, casi ni se nota que te relojeo las tetas, y si lo notaras igual sería. Tetas de hule, con olor a panadería recién despierta. Que tetas divinas, yo te digo lindos pechos, pero es más que eso: son unas tetasas. Muy muy fuerte el olor a pezón. Mentira, pero yo lo siento igual, siempre que nos ponemos a discutir sacas a relucir las tetas y yo pienso lo mismo que eso esta bien. Después de todo son un par de tetas.
El mate ya esta frío conste. Hay que pararse, tirar toda la yerba a una bolsita para luego ponerla a secar. Pero no, porque tengo que actuar así si vos no dejas de hacer que tus tetas se lleven el acto principal. Que no te haces mas que la boluda porque yo me cayo. Mira, tendría que tirarte la yerba entre las tetas. Si, eso mismo, arréglatelas. Si pinta cogemos, garchamos, nos pajeamos el uno al otro, nos miramos, apagamos la luz, puteamos y nos arrancamos los pelos, hacemos el amor, hacemos lo que queremos mientras vos quieras y si yo quiero porque si no pinta no pinta y de eso no regreso. No nos conocemos tanto, cada uno con sus secretos, mira, ahora me distraigo como un montón de veces.
Me olvido cuando hablo solo de lo que  estoy perdiendo, tengo que entender de que ya como que no estas, pero qué se puede hacer con ese legado. Vos me miras punzante, sin proponerlo, por ahí estoy cansándome de este jadeo interno, lindas gomitas si, estas bien, sos tan grasa que hasta me caes bien, negrita concheta, putita pizpireta. Sí, todo eso, me arden los huevos de tan solo pensarlo, pero ojo, coger por coger tiene sus consuelos. Que puedo decir, cantar un ratito, un tango, en fandango como tus  timbrecitos, saco el loco, lo saco y es de fuego.
Por ahí andas vos mostrándote tan sumisa a La Nueva Iglesia Evangélica Científica. No es broma. Que comentarios mamma mía. Entras a la misa y para qué. Avispero de miradas, tetitas cachondas. De verdad que se pasan el dato enseguida, con un solo vistazo hasta el predicador sale ganando. Vos como si nada, nada de nada che. Pero bien putarraca. Fina. De vestidos grasas que vos le decís modernos. Pero, almita condenada a mostrar los cantos... cómo se te ocurre que podes poseer buen gusto mi negrita turra. Cómo que si te pasara por la cabeza una  combinación de las prendas, en composé como le dicen en los programas de mierda que miras. Para qué los miras, para qué.
Decirnos un par de palabras que no sirven de nada. Nos confiamos los dientes, las prendas, los dientes y las prendas de dormir. Nos mordemos antes de dormir. Nos mordisqueamos los pies, los brazos, pateamos despacio y seguimos en un continuo jadeo que nos hace entrar entrada la noche. Nos mordeos antes de iniciar el descanso. Todo comienza como quien no quiere la cosa, por la radio algún programa de solos que buscan solas, voces en la madrugada. Ya no lo escuchamos, es solo una clave para explicarnos el sexo. Para coger como lo hizo cualquier persona: cristianos, judíos, nazis y budistas. Todos cogen en nombre de su creencia.
Claro esta: eso por la noche. Uno se despierta con la boca seca, con los pelos de saliva que ya ni moja o se pegotea. Se levanta, en mi caso, y suelta un chorro de orín contra el inodoro. Claro que le erro. Claro esta que después te enojás, yo me distraigo, me hago el boludo.